El Oktoberfest es esa fiesta a la que toda la gente de aquí
quiere asistir. Dura aproximadamente unos diez días, y como la mayoría de
vosotros sabéis es la fiesta alemana por excelencia, pero según me han
comentado las gentes del lugar, este Oktoberfest es el más grande e importante de
toda USA y, por consiguiente, uno de los más grandes del mundo; se comenta que
el segundo, justo detrás de Munich. He visto gente de Canadá, Irlanda,… y mucho
descendiente alemán. Este año se ha celebrado la 52ª edición.
Mi participación en este festival empezó el viernes por la
mañana. Con la excusa de que es una fiesta cultural me libré de ir al cole por
la mañana y fui a la primera cabalgata del Oktoberfest. Es muy pequeñita, pero
mucho más cercana que las otras, nos hicimos alguna foto con gentes diversas y
vimos algunas carrozas. También hablamos con un policía que nos dejó un palo
que tienen para las persecuciones (pueden pintar con él la rueda de un coche
para tenerlo señalizado durante las próximas dos horas), vimos mucha Harley
Davidson y, para no variar, mucha animadora.
Por la noche fui a dar una vuelta a las carpas, al lado del Río
Mississippi, en un sitio cerrado que tienen habilitado para ello. Conocimos
todo el recinto, nos tomamos unas cervezas, y ya que estábamos, jugamos a
intentar clavar un clavo en un tronco de árbol con la parte fina del martillo.
Es una competición entre varias personas, 5 en nuestro caso, y el primero que
lo consigue tiene que elegir entre dos vasos de cervezas o un cowbell (cencerro). Así que me puse a
ello y, como supongo que imagináis, gané. Me tocaba elegir y… si pides dos
cervezas, quedarse con las dos no iba a ser muy diplomático, así que escogí el
cencerro (cuidado la lata que se puede dar con él…). Escuchamos después una
banda, The reminders, y no estuvimos
mucho más, que al día siguiente había que madrugar.
El sábado empezaba con un madrugón. Nos tocaba ir arriba
pronto porque teníamos que representar a nuestro colegio en la parade (cabalgata). Llegamos con tiempo
y nos tocó pringar con la pancarta de nuestro colegio por novatos. Fuimos toda
la cabalgata con el cartel, saludando a la gente mientras ellos desde fuera se
pegaban por los caramelos que lanzábamos los de dentro. Bueno caramelos,
lápices, collares,…
Allí puede ir saludando a todos y cada uno de los alumnos
del colegio, que todo ilusionados te hacen pasar una vergüenza… Yo, como no
podía hacer otra cosa, hacía sonar mi cencerro y les gritaba.
La cabalgata fue uno de los momento más largos de mi vida;
estoy acostumbrado a ver pasar los Reyes Magos por las calles del barrio y
puedo perder 30-45 minutos, dependiendo de cuánto tiempo los siga; pero lo de
aquí, lo de aquí... superó todo lo que había visto y creo que veré en mi vida.
Como ya he explicado antes, iba con mi pancarta; y tras unas
dos horas aproximadamente de trayecto sosteniéndola mientras saludas, me
comunican que tengo que dejar mi puesto, que ya vamos a llegar al final, y la
cogen la directora y otra profesora, que mi trabajo ha terminado y puedo echarme
a un lado y ver lo que queda de la cabalgata. Justo en dónde nos quedamos nos
estaba esperando el resto de la expedición de profesores, así que perfecto.
Iluso de mí… allí estaba todo el mundo con las neveras y
demás artilugios que uno se lleva al camping y ahora entiendo todo. Los segundos
pasaban, los minutos pasaban, las horas pasaban… y yo seguía ahí. En total ¡¡¡6
horas!!!
6 horas en las que me dio tiempo a ver multitud de colegios
pasar con su cartel, su banda y sus cheerleaders;
toda la familia real (de la cual una mujer está trabajando en el colegio, su
padre fue uno de los fundadores del Oktoberfest)
saludando en diferentes coches viejos; muchos alemanes; muchos irlandeses;
y entre uno y otro, un espacio que se me hacía eterno. Aunque pude comprobar
que la gente está acostumbrada, sacaban su balón de fútbol americano, el balón
de vóley, el de fútbol, una cuerda para saltar y demás pelotas para jugar
mientras venía en siguiente. El momento gracioso de la cabalgata fue cuando dos
tipos llegaron con una pancarta que ponía: “Two men with a banner…”=“Dos tíos
con un cartel…”. Por lo visto la gente puede pagar el módico precio de $100 y
aparecer por allí.
Mientras todo esto pasaba nos compramos un perrito que
pretendíamos que fuera nuestra comida,… pero nos dimos cuenta de que nos íbamos
a morir de hambre, así que al cabo de un rato compramos otro. Aquí la gente
come mucho estas cosas. Nos dijeron el otro día que la gente es tan grande (en
todos los sentidos) porque comen muchos productos pre-cocinados y les meten
muchas hormonas, así que cuando se lo comen es como si se pincharan. Jodidos
americanos.
El sábado, después de haber estado toda la mañana de pie, mi
cuerpo me pedía un descanso. No tuve más remedio que dárselo y me tumbé en el
sofá nada más llegar a casa… Dentro de unas horas, hemos quedado para irnos de
fiesta.
Cenamos tranquilamente en casa y a las 8 estamos partiendo
hacia una de las fiestas del año. Llegamos y el recinto no parecía el mismo en
el que habíamos estado el día anterior. Después de hacer unos trapicheos (veasé
trapicheo como tener amigos policías y conseguir la pulsera para que los
menores puedan beber…) nos dispusimos a comprar nuestros tickets de bebida; la
fila era extremadamente larga, así que nos dividimos. Unos a la fila y otros a
coger sitios en buena posición en el concierto.
Una vez hecho esto y con algo líquido en la mano las cosas
se ven de diferente manera, si a esto le añades que estás con un montón de
gente de conoces pues la cosa empieza a animarse. Se me olvidaba deciros que
salimos de fiesta con las madres de nuestras familias de acogida, por lo que
nuestras perspectivas tampoco eran nada del otro mundo. Nos cerraron la boca de
un plumazo, estuvimos bailando, cantando y riéndonos todo el rato.
El concierto terminó y era la hora de marchar hacia casa de
nuevo. Una vez fuera decidimos dar una vuelta para ver el ambiente de los bares
y, como pasábamos al lado, compramos un trozo de pizza (era necesario,
Michelle, madre de la familia de acogida de Inma, veía cerdos voladores…).
Nuestra vuelta finalizaba, eran aproximadamente las 2 de la
mañana pero… en el momento de pasar por el último bar nos encontramos a parte
de la familia de Eva (la madre de mi familia de acogida) y, como no, había que
tomarse la última. Una vez acabado el vaso, nos fuimos para casa. Toca
descansar.
El domingo era el cumpleaños de uno de los niños de mi
familia (Joel), y ¡jodidas costumbres! Aquí desayunan todos juntos, abren los
regalos, y si falto yo me tienen que llamar. Son las 8 de la mañana. Y es el
momento perfecto para aporrear mi puerta. Me despiertan. No veo. Me levanto
como puedo. Abro la puerta. Me explica que tengo que bajar en unos minutos. Me
ducho, o por lo menos lo intento. Me visto. Y para abajo. Todos están abajo
esperándome.
Abre los regalos, los cuáles no acierto a descifrar en
primera instancia, todavía estoy demasiado dormido como para que mi cerebro procese
las imágenes que mis ojos le mandan. De repente, recibo un regalo. Ahora veo
perfectamente. Se me iluminan los ojos… vaya... unos tozos de pan, ¡menudo
bajón! Desconecto.
Terminamos de desayunar. Es un día más, sin muchas cosas que
hacer hasta que abro el correo. Me invitan a ver el baile de uno de los niños
de mi segunda familia. Paso de no tener nada a ocupar mi tarde.
Vuelvo al Oktoberfest aunque no al mismo sitio. Esto se realiza
en un sitio diferente. Voy todo ilusionado, me han dicho que bailan bastantes
grupos y que está curioso. 3 minutos de baile, en eso consistió mi tarde. Mi
tarde se redujo a 45 minutos. Vuelvo a casa a descansar.
El martes es el día indicado para ir de excursión. Mi
primera excursión. La primera vez en que me monto en un autobús escolar
americano para ir por ahí. De esos que salen en las pelis. No puedo contener la
emoción y pido una foto. Mi deseo fue concedido como podéis ver.
Nos dirigimos al mismo sitio en dónde me encontré el martes
con los bailes, o lo que fuera aquello. Este día fue diferente. Jugamos al
fútbol, al balonmano, bailamos los pajaritos, comimos galletas, comimos helado
con forma de spaghettis, hicimos la cabeza de un pato en un plato, pintamos la
bandera alemana, nos pintaron la cara. Nos lo pasamos muy bien. Así da gusto
irse por ahí.
Cambiamos de día, el jueves de celebra otra cabalgata. Para
verla nos fuimos al norte de la ciudad (La Crosse se divide en dos: norte y
sur); esta parte es más pobre. Es de noche y todo el mundo va con haces
luminosos. Y, como siempre, un montón de gente agolpada en los lados de la
calzada. Aparecimos allí con una de las familias que, como cada jueves, nos
invita a cenar en su casa (hablé de ella en la entrada anterior).
La cabalgata me ha gustado muchísimo; el hecho de ser de
noche y con muchas luces hace que sea diferente y muy llamativa a la vista. Ha
sido bastante más corta, alrededor de 90 minutos. Eso sí, no he dejado de ver
colegios, bandas y majorettes pasar.
Aquí sucedió el susto de día, donde casi pierdo un ojo (ya
os conté mi inteligencia límite en episodios anteriores no es necesario
recordarlo…) pero nos lo pasamos en
grande.
Para finalizar el Oktoberfest, el viernes había una feria de
la cerveza en la que pagabas una cantidad y podías llegar a probar 54 variedades
diferentes de cerveza. No tuve el placer de ir.
En resumen, el Oktoberfest, a pesar de una fiesta alemana,
es la mayor fiesta de La Crosse, y me ha encantado. Ha sido una muy buena
experiencia en este mes que llevo aquí. La cantidad de gente que sale a las
calles a ver las cabalgatas, algunas de las cuales reservan su trozo de calle
pegando un suelo de plástico el día anterior; su cara de felicidad; todos los
colegios con sus bandas y sus animadoras;… son cosas con las que me quedo de
esta gran fiesta.
Según he leído y escuchado en días posteriores, en la
cabalgata del sábado había unas 150.000 personas; teniendo en cuenta que La
Crosse solo tiene 54.000 habitantes es una auténtica salvajada. Triplicamos la
población por unas horas.
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