El jueves de la semana de pasada nos tocaba ir a la casa de
dos alumnos míos, uno de 3er grado y otro de 4º grado. No sabía que tenían otro
hijo, y cuando le vi, me di cuenta de que estoy harto de verle en el colegio. Ahora
le veo todos los días y siempre me saluda, es un chaval muy majete. Los otros
dos también me caen bien, la chica es la mayor, no habla mucho conmigo pero
siempre está en el grupo con el que más hablo; y el mediano en clase es como el
viento, variable. Tiene días muy buenos y otros días se arrastra por el suelo y
dice que es una aspiradora, o se dedica a ir de mesa en mesa por debajo de
éstas; un poco raro, pero majo. Los
padres, a los cuales no conocía, muy unos buenos anfitriones; muy atentos y
amables.
A esta cena también se apuntaron otra profesora del colegio
y una amiga suya (que es la niñera de los niños, cuando no están los padres) y
se conocen bastante; así que cuando ellas llegaron llevaban la conversación y
nosotros interveníamos de vez cuando.
Hasta que ellas aparecieron estuvimos jugando al soccer, al football, cantando, bailando,… Hicimos cosas muy variadas pero muy
entretenidas y divertidas. Os lo habréis imaginado pero al de bailar y cantar
perdí todas menos la última, mi orgullo me hizo retar al padre que es igual de
inválido que yo para esto… (¡¡¡Un saludo para los inválidos!!!)
Cuando nos cansamos de bailar, no se me ocurrió otra cosa
que lazarle un puff que había en la
sala a uno de los niños… y empezó la locura. Una guerra de cojines, almohadas y
demás objetos blandos empezó. Solo veía volar cosas. Fue un gran momento en el
que los padres alucinaban (sigo sin entender por qué no se unieron…) A todo
esto, también estaba allí una amiga del cole de la mayor a al que también
conozco. Así que nos encontrábamos seis personas a cojinazos en el salón.
Terminamos haciendo bollos en el suelo contra todos. Casi asfixiamos al
pequeño…
Tocaba relajarse un poco, salimos a la calle un rato a que
nos diera el aire, y como ellos viven en la montaña el paisaje era fabuloso.
Esperamos a que llegaran las dos chicas y empezamos a cenar. La cena estaba
buena; cenamos unos montaditos, ensalada, un poco de vegetales,… y para
terminar un postre de chocolate que estaba bueno.
Después de la cena nos fuimos con la otra profesora y su
amiga a la UWL (Universidad de La Crosse) nos dijo que había una fiesta. Y la
verdad que la había, una “fiesta” en la que evocaban al mismísimo Jesús. Era
una auténtica secta católica. Yo, por fiesta, entiendo otra cosa. Estuvimos allí
una hora y algo y a casita.
* * *
El miércoles nos invitó a su casa de forma no oficial una de
las maestras de la escuela. Con ella tenemos buena relación, en la maestra con
la que está Inma y está al lado de mi clase por lo que hablo con ella todos los
días. Sabe español casi perfecto y su marido entiende bastantes cosas y habla
muy poquito pero lo suficiente para entendernos. Con ellos estuvimos de fiesta
en el Oktoberfest. Tienen dos hijos, uno que es del Barça, va con su camiseta
de Messi tan feliz, y al que le gustan los trenes muchísimo; de hecho viven al
lado de las vías del tren y pasan muchos (cuando estuvimos allí pasaron tres
trenes); el otro hijo es más pequeño y está como el muñeco Michelin. Es súper
gracioso.
La cena estuvo muy bien, me trasladó a un bareto del barrio.
Había tapas con una rebanada de pan, un poco de tomate, un poquito de jamón (prosciutto) y un trocito de
manchego. ¡¡¡Buenísimo!!! Por un momento
pensé que volaba… El resto fueron patatas, diferentes salsas,… en definitiva
fue un poco cena de aperitivos para terminar con un postre que tenía la base de azúcar, el glaseado de
azúcar y la parte de arriba de azúcar. Todo de color negro y un ligero sabor de
chocolate, pero estaba bueno; no se puede comer mucho pero el trocito que comí
me sentó perfecto.
Después de la cena, nos enseñaron el resto de la casa y en
el sótano tenían un tren con el que estuve moneando un buen rato con los niños.
Y también tienen una pelota de fitball, besé el suelo alguna vez, pero no fui
el único…
Una vez que los niños estuvieron en sus respectivas
habitaciones, estuvimos en el salón enseñándoles dónde vivimos en Madrid y
diferentes sitios que les podrían gustar (hice mi trabajo y le enseñé las
murallas de Ávila) porque el marido es arquitecto. Hablamos de Calatrava y el
increíble palo que ha plantado en mitad de Plaza Castilla, y algún que otro
puente. Y sobre todo Sevilla, que es dónde Sarah vivió; dónde su marido le pidió la mano.
Fue el día que más relajados hemos ido,… forman parte de
nuestro día a día.
El jueves volveremos a cenar con ellos, que seguirán
intentando cocinar platos más o menos españoles, aunque la próxima cena
promete, porque parece ser que va a ir más gente; una es una profesora con la
que estoy en clase y me cae muy bien, y la otra acaba de dar a luz y no está en
el cole pero yo estaré con ella cuando regrese. Nos han chivado que su marido
hace unas tortillas de patatas…
Al día siguiente volvimos a cenar fuera, fuimos invitados
por gente que no conocemos. Con esta familia nos pasaron cosas curiosas.
Ninguno sabíamos quienes eran, estuvimos buscando toda la semana y al final
conseguimos adivinar de quién se trataba. Tienen dos hijos, uno muy pequeño y
la mayor va a clase de Inma en kindergarden.
Pero el día de la verdad vino una mujer, a la que conocía al principio del
curso, que nos informó de la situación. Los dos trabajaban y ella nos recogería
y nos llevaría a cenar a su casa., ya que son muy amigos.
Ella es guatemalteca y su marido es americano. Hablamos con
ella en español todo el rato y con el marido, que el español lo entiende más o
menos, hablábamos en inglés. También conocimos al padre de ésta que es
guatemalteco. Con él que estuvimos hablando un rato largo. Son gente muy
amable, con la que me sentí como en casa. Cenamos unos perritos, unos tacos
(estaban buenísimos),… y cocinó una sopa que no probamos, pues era picante;
pero había comida de sobra, así que ningún problema.
Cuando estábamos en mitad de la cena vino la familia que
había firmado para estar con nosotros, pero estábamos tan bien con ellos que
como si no hubiesen venido… Por cierto, la familia de Guatemala tiene tres
niños: yo tengo dos en clase (una en 3º y otro en 4º) y luego una pequeña que
también va al cole en cursos inferiores.
Este ha sido día que más me ha gustado; es verdad que el
idioma hace mucho, pero ella se interesó en porqué hemos venido aquí si no nos
pagan apenas, a un cole perdido, en una ciudad muy pequeña, con mucho frío,
como está la situación en España, cómo son los coles,… me encantó como llevó la
conversación, informándonos de muchas cosas y preguntándonos cosas que me
parecen interesantes, cosas que, estoy seguro, que a la gente le gustaría saber
acerca de nosotros pero que no preguntan. Y también nosotros hacíamos preguntas
y ella no esquivaba ninguna, nos respondía a todas.
Cuando terminamos de cenar, a eso de las 6.00pm nos fuimos a
la última cabalgata (de la que hablaré más adelante en la entrada del
Oktoberfest), pasamos allí toda la tarde; nos invitaron a un helado (me pedí
uno de algodón de azúcar, estaba un poco empalagoso, pero buenísimo). El cambió
térmico no lo notamos mucho, últimamente la calle empieza ser un sitio
fresquito, rondando los diez grados y un viento más que curioso.
El padre de la señora que nos recogió y yo.
Aquí es cuando empiezan en serio las idioteces de Diego por
estos barrios. Casi pierdo la visión en un ojo. Teníamos unos palos luminosos
que tienes que encender rompiendo lo que tienen dentro, son como fluorescentes
que duran unas tres horas. Pues bien, una vez encendido, y como soy peor que un
niño; seguí forzando el palo y en una de estas veces, reventé el palo y casi
todo el líquido de dentro fue a parar a mi ojo izquierdo, el resto fue un poco
al derecho y a la boca.
Yo no veía nada. E imaginaros la situación de un tipo en
mitad de una cabalgata, andando agachado con una mano adelante y sin abrir los
ojos, intentando llegar de nuevo a la heladería para poder lavarme la cara. Al
final la mujer de Guatemala se puso delante y me iba guiando; todos estábamos
nerviosos. Abría un ojo. No veía nada. Cerraba de nuevo. No llegaba nunca a la
heladería. Me escocía el ojo. Me ardía el ojo. No podía tocármelo. Llego a la
heladería. Le preguntan por el baño. No se puede entrar. Entro en la cocina.
Apagan los fogones. Cambian la manguera de sitio. Me lavo la cara. Ellos me
preguntan cosas, según me han dicho; no contesté a nadie, no les escuchaba. Me
lavo la cara. Había un doctor allí. Era de los huesos. Me miró el ojo. Estaba
todo morado. Un poco hinchado. Me volví a lavar la cara. Llamamos a urgencias.
No cogían el teléfono. El ojo derecho ya no me molestaba. Bebía agua pero el
sabor no se iba del todo. EL ojo derecho me escocía bastante pero remitía el
escozor. EL doctor me preguntaba cada cinco minutos. Todo iba mucho mejor. Ya
casi no me molesta. Saco el envoltorio del palo luminoso éste. Pone lo típico
de no ingerir y demás, y añade que en caso de contacto con los ojos no pasa
nada, lavar lo más rápidamente posible. Nos tranquilizó a todos. Ya estábamos
más calmados. A mí apenas me escocía. A la hora ya estaba perfecto. Eran todo
bromas. Y las que me quedan por escuchar. Y las que me quedan por armar
también.
Dentro de quince días más historias sobre las cenas en las
casas de La Crosse…
To be continued…
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